A Estefania Vega, los recuerdos del último mes le brotan como agua de río. Es una artista mexicana a quien la escalada del conflicto entre Israel y Hamás la sorprendió en Cisjordania. Llegó el 2 de octubre, cinco días antes de que se intensificara la guerra. Su destino era el campo de refugiados de Yenin, donde pasaría tres meses realizando proyectos artísticos con colectivos de la localidad.
A diferencia de lo que se cree, estar en territorio palestino es muy seguro, en Yenin me sentía libre, salía en la noche y me llegaba un temor de mujer mexicana, de que algún sujeto te pueda violentar, pero era más la costumbre porque los hombres acá son muy respetuosos”, dijo para Excélsior.
Welcome to revolution”, le dijeron a su llegada al The Freedom Theatre “y claro, porque es una revolución cultural: se piensa que los palestinos son terroristas y, aunque algunos tomaron las armas, la mayoría de las veces su lucha es con piedras, y no hay proporción entre piedras y misiles; mucho de su resistencia es la pluma, el teatro”.
Pero el peligro la alcanzó cuando las hostilidades crecieron y estar en Yenin ya no era seguro, “porque son un pueblo en resistencia, blanco del Estado israelí”. Pese al peligro, Estefania quería quedarse: “Tengo una conexión muy fuerte con el campo de Yenin: en 2018 vine a otro proyecto artístico y conocí a una niña, me esperaba después de mis actividades para jugar y estar juntas, pero ahora que vine supe que ella murió en un ataque de las fuerzas de ocupación hace dos meses. Me quería quedar, sentirme cerca”.
El miedo, dice Estefania, “no es en Palestina, es en los trayectos cuando pueden atacar las fuerzas de ocupación”… y así sucedió: salió de Yenin para dirigirse a un poblado en el que conoce a varios activistas, pero, en el camino, “yo iba leyendo, siento que el transporte se detiene y alzo la vista: veo cómo un soldado israelí se hinca y le dispara a un joven palestino; una chica palestina a mi lado se tapa los oídos, se agacha, el soldado avanza y dispara otras dos veces, yo quiero abrazar a la chica, pero me quedo en shock, sólo aprieto los puños, volteo y otro soldado me apunta con un cuchillo, me grita cosas que no entiendo, pero su lenguaje corporal refleja odio, me hace una seña como de ‘te voy a matar’… las imágenes que alguna vez miré sólo en videos ahora están frente a mí… esto es real”.
Cuando llegó la ocupación, muchos de los palestinos se llevaron las llaves de sus casas y eso se convirtió en un símbolo de la lucha de su pueblo. “Yo quise transmitir esto con lo que llamé La danza del gran retorno: bailaba con una llave frente a los puestos de control israelíes y frente al muro, pero en algunas intervenciones de pronto ves un puntito rojo recorriendo tu cuerpo y es impactante pensar: ‘de verdad me están apuntando, de verdad nos van a disparar’”.
Estar acá te cambia la manera de entender el mundo, te comprometes con la causa, porque es atroz lo que sucede aquí: yo creo que aquí lo que se necesitan son ojos; yo presto mi cuerpo y mi voz para dar eco a la fuerza de la gente en Palestina”.
Y es que denuncia: “Lo que está pasando en Gaza es terrible, el bombardeo de hospitales, de ambulancias que iban a Egipto, que hayan desaparecido la Universidad de Gaza, quitar el alma máter a muchas personas.
Sin embargo, en Cisjordania “los insultos contra las mujeres van hacia lo sexual; a los niños, los colonos israelíes les arrojan piedras en la calle, pese a que vayan acompañados”.
Y añade: “La limpieza étnica también es terrible y mi trabajo aquí es acompañar, nos quedamos por si llegan los colonos que vean que hay presencia internacional; el trabajo es grabar, allegar un poco de comida porque la gente de acá no puede salir por alimentos, ¿sabes la culpa con la que comí hoy? Aquí la gente no duerme, se turnan para cuidarse… Por eso me quedaré lo más que pueda, porque yo un día podré irme, pero ellos no”, dice en una llamada telefónica marcada por los silencios y sollozos de una mujer que decidió hacerle cara a la guerra.