Chelita va por una hazaña a sus 66 años

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CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- Sus zapatillas no son solo calzado: son el mapa de 40 años de esfuerzo, de madrugadas bajo el sol, de calles que guardan sus pisadas como tesoros. Graciela Hernández Coronado, conocida como Chelita, a sus 66 años, se alista para escribir el capítulo más audaz de su vida: enfrentar el legendario Maratón de Boston, una prueba que, con sus 42 kilómetros y colinas implacables, representa un reto incluso para los más jóvenes.

Pero ella no teme.

Lleva consigo el alma de Victoria, el amor de su familia y una promesa: cruzar la meta, aunque sea la última vez.

«No quiero defraudarlos»:
la humildad de una leyenda

Sus ojos brillan al hablar del reto, pero también del miedo que la acompaña. «Nunca pensé llegar aquí…

Es un sueño tan grande que a veces siento que no soy yo quien lo vivirá», confiesa Chelita, mientras ajusta su gorra con determinación. Sin embargo, sus amigos no dudan.

Reunieron peso a peso, 300 cada uno, para enviarla a Boston.

«Sabemos que terminará, porque ella no sabe rendirse», dice uno de ellos.

Y es que esta mujer, madre de tres hijos y abuela orgullosa, lleva el running en las venas. A los 26 años, cuando su hijo menor apenas aprendía a caminar, descubrió en las carreras un refugio.

Hoy, cuatro décadas después, ha completado 17 maratones y 54 medios maratones. Su secreto no es físico: «Cuando corro, siento libertad…

Es como volar sin alas. Agradezco a Dios por permitirme seguir aquí, con salud y fuerzas», dice, mientras une sus manos, callosas pero llenas de vida.

Un legado que
corre en familia

En Boston no estará sola. Junto a ella estará su hija, quien heredó su espíritu indomable y participará por segunda vez en la carrera.

«Es un orgullo verla inspirar hasta a los míos», comenta Chelita, emocionada. Su hogar en la colonia Lázaro Cárdenas, donde vive con Donato, su esposo, se ha llenado de carteles de apoyo y mensajes que corean: ¡Chelita, Victoria está contigo!
Aunque estudió Trabajo Social, su verdadera vocación ha sido romper barreras.

«Ella nos enseñó que la edad no es una prisión, sino un trampolín», afirma una vecina.

Y lo prueba cada día: mientras otros ven el retiro como un descanso, ella elige las pistas como su eterno territorio.

La libertad
como bandera

Al ser cuestionada sobre qué la impulsa a seguir, su voz se quiebra: «Correr me hizo entender que soy fuerte, que puedo… Y quiero que todas las mujeres, jóvenes o mayores, sepan que nunca es tarde para perseguir algo». Sus palabras no son un discurso: son un testimonio tejido con sueños, lágrimas y medallas.

Este abril, mientras el mundo mire a Boston, Victoria guardará silencio para escuchar sus pasos.

Porque Chelita no solo corre por ella: lo hace por todos los que creen que la vida, después de los 60, aún puede ser una aventura. Y cuando cruce la meta, con el pecho sudado y el corazón a mil, no habrá trofeo que iguale el rugido de su pueblo gritando: ¡Nuestra campeona llegó!

Por Raúl López García
EXPRESO-LA RAZON